
Con el género chico y el ínfimo como banquete para un público hambriento de nuevos espectáculos, la zarzuela se erigió como la estrella de los teatros españoles desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la dictadura franquista, época en la que decayó su popularidad. Al llegar la democracia, España se había convertido en un seco páramo musical. Había perdido su tradición lírica y eran escasas las salas que programaban zarzuela o revista, aunque RTVE intentase revitalizarla con programas y series sobre el género.


El musical de Mecano ha supuesto un hito sin precedentes en nuestro país tras cuatro temporadas de lleno absoluto en la Gran Vía madrileña. Ahora deja el Teatro Movistar para marcharse de gira, y cuenta con una franquicia en México. Aprovechando el tirón, el pasado otoño se estrenó en Madrid, Quisiera ser, musical basado en las canciones de El Dúo Dinámico que está teniendo una buena acogida. Otros que también han triunfado en las carteleras españolas han sido lo musicales avalados por unas excelentes adaptaciones cinematográficas. Estamos hablando de Cabaret, éxito de crítica y público en el Teatro Nuevo Alcalá de Madrid, Grease, que se ha convertido en todo un fenómeno en Barcelona o La Bella y la Bestia, actualmente en cartelera, por segunda vez en los últimos diez años, que se plantea continuar durante este verano debido a la masiva demanda de entradas.

Un panorama, sin duda, muy apetecible para cualquier promotor con ganas de hacer dinero. Sin embargo, no todos los musicales corren la misma suerte que los hasta ahora comentados. Y abundan los ejemplos recientes: durante 2007 un montaje importado directamente desde Broadway, Los Productores del genial Mel Brooks, permaneció en cartel una temporada debido a la escasa venta de entradas, a pesar de que tenía planeado aguantar al menos un par, y Víctor y Victoria, que devolvía a las tablas a Paloma San Basilio, no aguantó ni el curso completo por el mismo motivo. Algo similar ocurrió con Scaramouche, una nueva partitura española ambientada en la periodo revolucionario francés, cancelada a las pocas semanas de estrenar. Los ejemplos de este año son mucho más alarmantes como lo demuestra la reposición de uno de los musicales más célebres, que tanto éxito cosechó en los setenta, Jesucristo Superstar, que se ha marcha del teatro Lope de Vega de Madrid tras una única temporada. Por otro lado, el futuro de El Diario de Ana Frank, musical íntegramente nuevo que se estrenó en febrero, es incierto, ya que por ahora sobrevive gracias a los grupos escolares y de jubilados que acuden con descuentos. El Rey de Bodas, una comedia romántica con producción de Broadway, de estreno absoluto en nuestro país, cierra el ciclo de los últimos desastres con la cancelación de todas sus funciones tres meses después de su estreno. Ni siquiera con promociones como los descuentos o el famoso “dos por uno”, han conseguido remontar (sobra decir que los musicales exitosos no han necesitado recurrir a estas técnicas de marketing).
Estos fracasos dejan patente que el negocio de los musicales en nuestro país no está tan consolidado como podría parecer. Podemos explicarlo con la escasa demanda que han tenido, insuficiente para mantener la gran cantidad de espectáculos de este tipo que se han ofertado a partir del éxito de algunos, o con la teoría de que el espectador no quiere arriesgar, y por eso prefiere las obras que ya conoce como Hoy no me puedo levantar o La Bella y la Bestia, antes que apostar por desconocidas que puede que no le gusten. Otro de los inconvenientes es el alto precio de las entradas (entre veinte y ochenta euros), un factor para que el público quiera maximizar la gratificación que le reportará la función sin asumir riesgos.
La situación de los musicales en España, por tanto, se encuentra aún muy lejos del vergel londinense o neoyorquino, o incluso parisino o berlinés. Lo que parecía una mejora de la situación, no es más que una coyuntura, una anécdota, de la que los promotores han sacado conclusiones equivocadas que les han llevado a la creación de nuevos musicales como el de Ana Frank o el proyectado para otoño, Enamorados Anónimos, sin asegurarse que vayan a ser respaldados por el público. Todo un acto contraproducente de valentía y amor al teatro, pues su fracaso puede desembocar en una pérdida definitiva de la confianza en este mercado que nos devuelva a una época oscura en la que ni siquiera haya Hoy no me puedo levantar ni Mamma Mía! con los que consolarse. El espectáculo debe continuar ¿pero así?

Un panorama, sin duda, muy apetecible para cualquier promotor con ganas de hacer dinero. Sin embargo, no todos los musicales corren la misma suerte que los hasta ahora comentados. Y abundan los ejemplos recientes: durante 2007 un montaje importado directamente desde Broadway, Los Productores del genial Mel Brooks, permaneció en cartel una temporada debido a la escasa venta de entradas, a pesar de que tenía planeado aguantar al menos un par, y Víctor y Victoria, que devolvía a las tablas a Paloma San Basilio, no aguantó ni el curso completo por el mismo motivo. Algo similar ocurrió con Scaramouche, una nueva partitura española ambientada en la periodo revolucionario francés, cancelada a las pocas semanas de estrenar. Los ejemplos de este año son mucho más alarmantes como lo demuestra la reposición de uno de los musicales más célebres, que tanto éxito cosechó en los setenta, Jesucristo Superstar, que se ha marcha del teatro Lope de Vega de Madrid tras una única temporada. Por otro lado, el futuro de El Diario de Ana Frank, musical íntegramente nuevo que se estrenó en febrero, es incierto, ya que por ahora sobrevive gracias a los grupos escolares y de jubilados que acuden con descuentos. El Rey de Bodas, una comedia romántica con producción de Broadway, de estreno absoluto en nuestro país, cierra el ciclo de los últimos desastres con la cancelación de todas sus funciones tres meses después de su estreno. Ni siquiera con promociones como los descuentos o el famoso “dos por uno”, han conseguido remontar (sobra decir que los musicales exitosos no han necesitado recurrir a estas técnicas de marketing).

La situación de los musicales en España, por tanto, se encuentra aún muy lejos del vergel londinense o neoyorquino, o incluso parisino o berlinés. Lo que parecía una mejora de la situación, no es más que una coyuntura, una anécdota, de la que los promotores han sacado conclusiones equivocadas que les han llevado a la creación de nuevos musicales como el de Ana Frank o el proyectado para otoño, Enamorados Anónimos, sin asegurarse que vayan a ser respaldados por el público. Todo un acto contraproducente de valentía y amor al teatro, pues su fracaso puede desembocar en una pérdida definitiva de la confianza en este mercado que nos devuelva a una época oscura en la que ni siquiera haya Hoy no me puedo levantar ni Mamma Mía! con los que consolarse. El espectáculo debe continuar ¿pero así?

El Rey de Bodas en Madrid